Dolor Emocional o Dolor Físico, ¿Cuál lastima más?

Dolor Emocional o Dolor Físico, ¿Cuál lastima más?
Habitación de Hotel de Edward Hopper (1931)

Vivimos en una sociedad que minimiza el impacto del dolor emocional, al menos en comparación con el dolor físico. La sociedad, de hecho, está construida de modo que facilite apoyo a quienes experimentan enfermedades y daño físico, pero no para quienes padecen trauma psicológico y emocional.

Si parece que exagero, permíteme plantearlo de esta manera:

En casi cualquier sociedad moderna, cuando una persona causa daño físico a otra, recibe una sanción correspondiente. En cambio, quien causa daño emocional a otra, no es penado de ninguna manera.

En el nivel personal, nos ocurre algo parecido: si por ejemplo, nos enteramos que alguien resultó herido en un accidente de auto, no nos acercamos a decirle: “¡Hey, recupérate ya!” o “¡Anímate, que la vida es una!”, y sin embargo, a una persona que está atravesando alguna forma de trauma emocional, a causa de por ejemplo, una relación fallida, a menudo eso es exactamente lo que le decimos: un simple “Ya supéralo”… ¿Puedes ver la crueldad qué hay en esto?

Es fácil asumir que el dolor físico es más dañino y difícil de afrontar que el dolor emocional, ¿Pero así de simples son las cosas, realmente el dolor físico puede causar más daño y ser más incapacitante que el dolor emocional? Tomemos el hipotético caso de Ana, para aproximar una respuesta.

Ana es una mujer que está en una relación abusiva en la que es víctima de violencia física y psicológica, a manos de su cónyuge. Después de algunos años, con el apoyo adecuado y con mucho esfuerzo, Ana consigue salir de esa relación, y comienza un proceso de rehabilitación.

Meses después, es probable que Ana haya sanado la mayoría de sus heridas físicas, pero en cambio, el estrés postraumático que se manifestó en ella en un cuadro de ansiedad y depresión, ha resultado más enredado y difícil de tratar. Ana sabe que aun le quedan varios meses, quizá años de trabajo terapéutico, antes de sentirse segura en su propia piel, y ni que decir de sus relaciones.


Quizá, quienes hemos padecido alguna forma de maltrato sabemos que las heridas verdaderamente difíciles de sanar son las que ocurren en el nivel de la mente, y no en el cuerpo. 

Durante unos 10 años, cuando niño, fui víctima de violencia psicológica y física por parte de mi madrastra. En esa misma época, mi hermano -con el que ahora me he distanciado definitivamente- me maltrató verbal y emocionalmente, haciendo escarnio de mi apariencia física. Y una profesora de primaria -con quien por desgracia cursé 3 años- me golpeó en múltiples ocasiones frente a mis compañeros para dejar bien claro que no toleraba el mal comportamiento y el desinterés en clase; algo que, por cierto, mis padres siempre supieron y condonaron. Mi padre (biológico) estuvo presente en mi infancia, pero siempre se mantuvo al margen. Me consoló en la medida en la que su alcoholismo se lo permitió, pero no me protegió como se suponía, una negligencia que hoy pesa tanto como la violencia misma, en buena parte porque ese ha sido el descubrimiento más doloroso y reciente: me abandonó y se limitó a observar. Algo que no alcancé a a comprender cuando era niño, y solo fui capaz de reconocer ya de adulto.

Hoy tengo 36 años, más de 20 años después del abuso, no conservo secuelas físicas de las palizas que me propinaban, pero aún sigo trabajando a través de las cicatrices emocionales y psicológicas del abuso.

Los casos de abuso sexual, incluida las violaciones, son otro ejemplo claro de cómo las heridas interiores pueden ser más mordaces que las exteriores.
Las heridas físicas de una agresión sexual, por lo general sanan al cabo de unos meses, sin embargo, el trauma emocional a menudo puede permanecer a lo largo de varios años, y de paso transformar el comportamiento y la personalidad de la víctima, además de derivar en desórdenes emocionales más complejos si no es tratado adecuadamente y a tiempo.

De hecho, el impacto del estrés postraumático, puede ser tan severo y profundo, que no solo modifica nuestra conducta y creencias, sino que reconfigura nuestra estructura cerebral, altera el balance de nuestro sistema nervioso, y modifica nuestros genes (genes que transmitiremos a generaciones posteriores). Y en un extremo,  también puede acortar la vida.

La neurocientífica Lisa féldman Barret, lo explica así en su libro "La Vida Secreta del Cerebro: Cómo se Construyen las Emociones".

“Dentro de tu cuerpo, tienes pequeños paquetes de material genético que se encuentran en los extremos de tus cromosomas como tapas protectoras. Se llaman telómeros. Todos los seres vivos tienen telómeros: humanos, moscas, amebas, incluso las plantas de tu jardín. Cada vez que una de tus células se divide, sus telómeros se acortan un poco. Así que, generalmente su tamaño disminuye lentamente y, en algún momento, cuando son demasiado cortos, mueres. Este es el envejecimiento normal. ¿Pero adivina qué más hace que tus telómeros se hagan más pequeños? El estrés. Los niños que experimentan adversidades tempranas tienen telómeros más cortos. En otras palabras, el daño emocional puede causar un daño más grave, durar más y causar más perjuicios en el futuro que romperse un hueso.”

Así que, ¿Cuáles son las conclusiones prácticas que podemos sacar de todo esto? Muy bien, para empezar mi intención no es menospreciar dolor físico, mi propósito es nivelar un poco la balanza, y quitarnos el estigma de que el dolor emocional, viene con un interruptor que puedes apaagar para continuar con tu vida como si nada. El daño emocional es real, pervasivo y puede resultar de moledor sino le das la atención apropiada. De hecho, este es un punto en el que he insistido una y otra vez en Resiliente: cuida tus emociones, aprende a observarlas, aprende a cuestionarlas, aprende a convivir con ellas, en pocas palabras: hazte cargo de tus emociones.

Y quizá tan importante como eso: respeta los estados emocionales de los demás. No actúes como un cretino. No menosprecies a una persona porque no es capaz de controlar sus ataques de pánico, porque padece ansiedad, estrés postraumático, o depresión. Es probable que esa persona esté sufriendo en un nivel que no puede dimensionar quienes no padecemos esas afecciones. Y ya sabes cual es una de las reglas de oro de la convivencia humana: si no eres capaz de ponerte en los zapatos del otro, no opines.