La Verdadera Libertad

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Durante algún tiempo en mis 20s, cuando estaba en la universidad, solía gastar mis tardes de una manera penosa: me tumbaba en la cama, boca abajo mientras se reproducían a todo volumen en el fondo canciones furiosas de rock. Podía pasar horas en ese estado, sintiendo pena de mi mismo, lamentándome por mi pasado injusto y mi presente insatisfactorio.
Nunca fui diagnosticado apropiadamente, pero tengo buenas razones para crear que atravesaba un episodio de depresión, no uno severo, pero si uno que me robaba cualquier intención de involucrarme con la vida y con las personas de mi alrededor, como si la vitalidad y la energía se me hubieran esfumado por completo del cuerpo.

Estuve en ese estado alrededor de 6 meses, no puedo decir con certeza cuando comenzó, pero por otro lado, hay algo que si recuerdo con claridad: empecé a salir de ese periodo lastimero cuando comencé a escaparme de casa para pasarla con mis amigos. No siempre, pero cada tanto, cuando las luces se apagaban en la casa y todos se iban a dormir, abría la puerta del patio y me escabullía tan silenciosamente como me era posible y a pesar de mis mejores intenciones, nunca conseguí regresar antes del amanecer como planeaba.
Hasta antes de empezar la universidad, vivía con mis padres, en un ambiente con pocas restricciones: salía con los amigos todas las tardes y los fines de semana nos íbamos de fiesta toda la noche. El tipo de vida que que cualquier adolescente calificaría como libre e independiente.
Pero cuando entré a la universidad, las cosas cambiaron por completo: me fui a estudiar bajo la tutela de mi familia materna, una familia hermosa pero estricta, profundamente tradicional y católica. Así que de un momento a otro, todos las "beneficios" de los que gozaba me fueron arrebatados: iba de la casa a la escuela, sin posibilidad de hacer ninguna otra cosa que no fuera estar con la familia... y lentamente comencé a descender por una espiral de rebeldía, apatía y enojo.
Me sentía controlado, arrinconado, reprimido, en suma, sentía que la libertad me había sido cortada de tajo... así que en el que fue mi momento de mayor desesperación comencé a escaparme. Y con el paso de las semanas, poco a poco, la vitalidad que había perdido comenzó a regresar.
Por supuesto, no puedo decir que hice bien, mi vida mejoró solo en lo superficial, pero en el fondo -hoy lo noto- tenía un profundo descontrol sobre mi vida emocional. Algo que resulta obvio para cualquiera: si no fuera así, habría encontrado formas mas inteligentes de lidiar con las emociones que me asaltaban en ese momento... quizá habría comenzado a meditar, escribir o encontrar actividades más sanas para hacer con gente de mi edad, en lugar de escabullirme por las noches, para alcoholizarme con mis amigos.
Por otro lado, aquel periodo me sirvió para reafirmar algo que ya sospechaba pero no había tenido oportunidad de experimentar en toda su magnitud: Que la libertad está en la parte más alta de mi escala de valores.
Y casi 15 años después, la libertad continúa siendo uno de los valores fundamentales de mi vida. Eso no ha cambiando y es probable. Algo si ha mutado, sin embargo: su significado. El concepto que tengo hoy de libertad es muy diferente, al que tenía en aquellos años cuando todo lo que me importaba era la camaradería y la juerga.
¿Qué es la Libertad?
Todos aspiramos a la libertad, sin duda, es uno de los deseos más profundos de los seres humanos, pero rara vez advertimos que en cada etapa de nuestra vida, las condiciones externas determinan lo que cada uno considera como libertad. En palabras simples: nuestro concepto de libertad es reactivo, en cada fase de existencia nos revelamos a nuestras condiciones y de ahí surge nuestra idea (y nuestro ideal) de libertad.
Cuando somos niños y adolescentes, nuestro concepto de libertad es bastante simple: consiste en liberarnos de las imposiciones de nuestros padres. Si a los niños les fuera posible, dormirían hasta tarde cada día, comerían chatarra hasta empacharse y pasarían una buena parte del día viendo porquerías en la TV o en internet. Hasta esa edad, la libertad consiste en evadir las reglas de las figuras de autoridad que los rodean.
Unos años más tarde, la idea de libertad se limita a que hora pueden salir por las noches, si pueden beber y fumar, si pueden hacer un viaje de fin de semana con los amigos, que carrera estudiar, si pueden elegir con libertad el estilo de vestir y los grupos a los que pertenecen.
Y después, cuando somos adultos, cuando tenemos un trabajo y nos consideramos independientes, nuestro sentido de libertad se convierte en una extraña mezcla de opciones, que va de aspectos importantes y transcendentales, que tienen un impacto significativo en nuestra vida, como el trabajo que tenemos, hasta detalles triviales, como el lugar al que iremos en las próximas vacaciones y cuales de los 15 bloqueadores solares disponibles vamos a llevar con nosotros.
La libertad es una gran cosa, pero la diluimos entre todas las opciones que se nos presentan cada día: que show de Netflix vemos, que marca de zapatos compramos, que marca de shampoo elegimos, que restaurante visitamos, si pasamos el fin de semana solos o acompañados e incluso que estilo de meditación practicamos.
De alguna manera, vivimos en un sistema que nos presenta una serie de opciones para cualquier aspecto de nuestra vida y a continuación nos dice: "eso es, tu libertad consiste en elegir de entre estas opciones." Entonces nosotros elegimos y nos sentimos libres.
Vivimos tan bombardeados de entretenimientos vacíos, que rara vez llegamos a cuestionar si realmente tenemos libertad o si solo disponemos de una obscena variedad de opciones para entretenernos y mantenernos en la superficie. Justo como en este video:
Dos Tipos de Libertad
Por supuesto, la libertad va más allá de solo tener la opción de elegir los productos que usamos o que queremos hacer en la vida. Para que sea más sencillo de comprender, imaginemos que la libertad es como un iceberg y que de alguna manera todo lo que hemos hecho es explorar la superficie y esa superficie está compuesta de aspectos enteramente exteriores: la carrera que estudiaste, las personas con las que sales, la música que escuchas (y en donde la escuchas) los libros que eliges leer, si te mudas de país o ciudad... en suma, lo que el estatus quo nos hace pasar por libertad.
Pero debajo de las aguas oscuras, está la otra parte del iceberg de la libertad, esa parte que rara vez vemos y cuestionamos: el espectro interior de la libertad. Esa otra parte del iceberg es la más grande y es donde, de hecho, yace nuestra verdadera libertad: se compone de nuestra personalidad, nuestras emociones, nuestros pensamientos, nuestros genes, nuestras ideas, la educación que recibimos y todos los prejuicios que hemos ido coleccionando a lo largo de nuestra vida.

Y aquí viene lo interesante. No es sencillo darse cuenta de esto, pero es nuestra propia personalidad la que nos roba la libertad. Considera por un momento que lo que llamamos personalidad, lo que reconocemos como "Yo" es una colección de hábitos, patrones de comportamiento y de pensamiento que fuimos desarrollando a lo largo de los años para sobrevivir en el mundo.
Una buena parte de los rasgos que definen quienes somos hoy, no son más que adaptaciones que desarrollamos para responder a lo que nos acontecía mientras crecíamos. Hay personas que tienen problemas de ansiedad, pánico, ira o inseguridad, no porque ellos lo hayan elegido, sino porque es lo que les tocó en la lotería genética o porque algo les sucedió en el camino y como consecuencia, ciertos rasgos se desarrollaron en su personalidad.
Por supuesto, no hablaré por ti, hablo de mi, pero quizá te puedas reflejar en mi historia:
Cada vez que observo con cierta distancia mi vida y mi carácter, no puedo evitar advertir que lo que mas me limita son los aspectos de mi personalidad a los que me encuentro más atado: soy una persona de carácter fuerte y orgulloso, de modo que me resulta terriblemente difícil reconocer mis necesidades emocionales; me considero un tipo listo, así que reconocer que estoy equivocado no es cualquier cosa; soy libre e independiente de modo que sentir que alguien intenta controlarme de alguna forma despierta en mi emociones profundamente desagradables.
La libertad en cierta forma, tiene que ver con las opciones y la capacidad que tenemos para elegir alguna de ellas, pues bien, entre más amarrados nos encontramos a nuestra personalidad menos opciones tenemos:
Un tipo duro, solo tiene como opción actuar como alguien duro; alguien obsesionado con su idea de pureza y perfección, no se permite de vez en cuando volverse un poco loco y perder el control; alguien orgulloso, a toda costa elige preservar su orgullo, aunque esto signifique mutilar sus emociones y relaciones...
Nuestra personalidad limita nuestras opciones, lo que es lo mismo que decir que limita nuestra libertad. Por eso el escritor ruso Leo Tolstoi decía que:
"El crecimiento del hombre puede medirse por el nivel de su libertad interior. Cuanto más se libera una persona de su personalidad, más libertad posee."
Así que mientras exteriormente tengo una variedad frívola de opciones para elegir y eso me hace sentir libre, interiormente me impongo toda clase de limitaciones a través de la personalidad y el sentido del yo con el que me he identificado: mis ideas, mis prejuicios, mi historia, mis traumas y las emociones que arrastro... Así que, en última instancia conviene preguntarnos: ¿cómo puedo ser genuinamente libre si me encuentro atrapado por mi ira, miedo, tristeza, ego, orgullo, pureza, vanidad? ¿cómo?
De vez en cuando es necesario poner en tela de juicio nuestra personalidad, nuestro sentido del Yo y preguntarnos: ¿quién soy más allá de mis traumas, de mi dolor? ¿quién soy más allá de esta personalidad reactiva que construí? ¿quién soy más allá de los genes que heredé? ¿quién soy más allá de las barreras que voluntariamente he ido levantando a lo largo de estos años? ¿quién soy más allá de mi historia?
Estoy bastante seguro de que cuando nos animemos a responder estas preguntas con honestidad y trabajemos en ello, estaremos más cerca de alcanzar una verdadera libertad.
Conclusión
El Sol siempre está brillando.
Hace un tiempo hicimos un pequeño retiro en familia, queríamos alejarnos un poco de la pandemia y del estrés y tener una vida un poco más conectada con la naturaleza. Así que nos fuimos por dos meses a un lugar hermoso enclavado en un bosque.
Y a veces, el día amanecía con un cielo increíble, azul, lleno de sol, pero otro días, el cielo estaba poblado de nubes grises y densas y durante una buena parte del día no había rastro del sol.

En esos días nublados, a veces pensaba, "no hay sol", pero desde luego ahí está, el sol siempre está ahí, brillando con la misma intensidad en los días nublados y en los días claros, es solo que desde nuestra perspectiva limitada, no lo podemos ver.
Así ocurre con nuestra personalidad y el Yo, la personalidad: las emociones, nuestros pensamientos, comportamientos, patrones mentales y más, son como nubes que oscurecen al Yo, siempre brillante, aunque hayamos perdido conexión con él (o ella), a fuerza de vivir en la superficie, rebotando interminablemente entre estímulo y entretenimiento.
Hay lineas de la psicología en occidente, que de hecho, apoyan la idea de que los seres humanos venimos al mundo sin un sentido del Yo definido (personalidad, historia, creencias), en ese estado, somos nada mas que presencia, y este sentido del Yo se desarrolla en algún momento entre los primeros 12 y 24 meses de vida.
El sentido del Yo, desde luego, es fundamental para sobrevivir, ¿cómo podríamos hacerlo, después de todo, si no hubiera un ser definido y separado del resto, con una historia y personalidad particular al que proteger?
El problema, por otro lado, es que entre más enamorados estamos de nuestro sentido del Yo, de esta personalidad que se construyó a fuerza de interactuar en un mundo que no siempre es amable, más sufrimos y más nos limitamos, es decir, menos libres somos.
La idea central de esto, por lo tanto, es recordar que el Yo, el Yo que trasciende a la personalidad, siempre está ahí brillando, aun en los días más nublados y tempestuosos.
En su libro La Consciencia sin Fronteras, el filósofo Ken Wilber expone un ejercicio muy simple que nos puede ayudar a instalar con más firmeza la idea del Yo que trasciende al yo pequeño de la personalidad, si deseas practicarlo, aquí te lo dejo:
Ejercicio
Comenzamos haciendo una breve meditación de unos 3 o 5 minutos.
"A continuación -después de meditar-, empezar lentamente a recitar en silencio, para uno mismo, lo que sigue, procurando darse cuenta lo más vívidamente posible de la importancia de cada uno de los enunciados:
Tengo un cuerpo, pero no soy mi cuerpo. Puedo ver y sentir mi cuerpo, y lo que se puede ver y sentir no es el auténtico Ser que ve. Mi cuerpo puede estar cansado o excitado, enfermo o sano, sentirse ligero o pesado, pero eso no tiene nada que ver con mi yo interior. Tengo un cuerpo, pero no soy mi cuerpo.
Tengo deseos, pero no soy mis deseos. Puedo conocer mis deseos, y lo que se puede conocer no es el auténtico Conocedor. Los deseos van y vienen, flotan en mi conciencia, pero no afectan a mi yo interior. Tengo deseos, pero no soy deseos.
Tengo emociones, pero no soy mis emociones. Puedo percibir y sentir mis emociones, y lo que se puede percibir y sentir no es el auténtico Perceptor. Las emociones pasan a través de mí, pero no afectan a mi yo interior. Tengo emociones, pero no soy emociones.
Tengo pensamientos, pero no soy mis pensamientos. Puedo conocer e intuir mis pensamientos, y lo que puede ser conocido no es el auténtico Conocedor. Los pensamientos vienen a mi y luego me abandonan, pero no afectan a mi yo interior. Tengo pensamientos, pero no soy mis pensamientos.
Hecho esto —que se puede repetir varias veces— uno afirma tan concretamente como sea posible:
Soy lo que queda, un puro centro de percepción consciente, un testigo inmóvil de todos estos pensamientos, emociones, sentimientos y deseos.
Si se persiste en este tipo de ejercicio, el entendimiento que lleva implícito se agudizará, y uno empezará a advertir cambios fundamentales en su sensación de «sí mismo».
Es posible, por ejemplo, que empiece a intuir una profunda sensación interior de libertad, ligereza, soltura y estabilidad. Esta fuente, este «centro del ciclón», mantendrá su lúcida quietud en medio de los furiosos vientos de angustia y sufrimiento que puedan girar a su alrededor. El descubrimiento de este testigo central es como si se apartara uno de las calamitosas olas de la superficie del océano para hundirse en las calmas y seguras profundidades.