11 Cosas Reveladoras sobre tus Emociones

Hace unos 5 años me propuse superar mi tendencia a la ira. Nada fácil. ¿Cómo lo logro? ¿A qué guías o libros recurro? Superar la tendencia a experimentar una emoción a la que he recurrido de manera inconsciente por al menos 30 años, no es algo sencillo, por el contrario, es un proyecto de largo plazo y, a veces, me parece, un esfuerzo permanente.
Así que decidí comenzar este viaje entendiendo como funcionan mis emociones, como se expresan, como se construyen, de donde surgen, como afectan al cuerpo y la mente, con la esperanza de, en algún momento ser capaz de "domarlas". Y para lograrlo me sumergí entre montones de libros y artículos. Libros de neurociencia, filosofía, espiritualidad y psicología. Mi objetivo era adquirir un entendimiento integral acerca de ellas, y no encasillarme en una perspectiva. Y aprendí mucho.
En este artículo te quiero transmitir 11 de las cosas más interesantes y útiles acerca de las emociones, que he aprendido en estos años. Espero que al leerlo, te deshagas de algunos de los mitos más nocivos que nuestra cultura conserva acerca del mundo de los afectos, y obtengas, cuando menos, un aprendizaje que te ayude a cambiar la forma en la que te relacionas con el universo emocional que existe en ti.
Comencemos.

1. Momento a momento tu cerebro decide que emoción vas a experimentar
A menudo creemos que las emociones son reacciones automáticas a lo que nos sucede. Alguien te grita y te enfureces. Alguien te humilla y te avergüenzas. Las emociones son tan veloces y espontáneas que realmente parecen reacciones automáticas que surgen en un santiamén desde los confines de tu cuerpo.
Pero la ciencia y sus avances nos cuentan otra versión de los hechos. Expertos en la ciencia de las emociones, como Lisa Feldman, han planteado que las emociones, más que reacciones automáticas, son construcciones que nuestro cerebro fragua por debajo del nivel de consciencia.
¿Y qué tipo de cambios decide? Literalmente lo que sea necesario, por ejemplo: cuánta energía necesitas, que estado mental te conviene más, cuanto debe latir tu corazón, que hormonas debe liberar y por su puesto, que emoción es conveniente experimentar en ese momento.
En otras palabras, tu cerebro no "reacciona", en cambio, construye respuestas para que lidies con cualquier situación en la que te encuentres.
Y en cada caso, la respuesta (o simulación) que emite el cerebro responde a una pregunta: ¿Qué combinación de mis experiencias pasadas se ajustan mejor a mi situación actual? En términos prácticos esto quiere decir que entre más expreses una emoción, más fuerte se vuelve, y es más probable que reacciones de la misma manera en nuevas situaciones, y por supuesto, en las ya conocidas.
2. No siempre debes escuchar a tus Emociones
El autor Mark Manson escribió:
«Hay personas que se sobreidentifican con sus emociones. Todo está justificado por la única razón de que lo sintieron. “Oh, te rompí el parabrisas, es que estaba realmente enojado; no pude evitarlo". O "Dejé la escuela y me mudé a Alaska solo porque sentí que era lo correcto". La toma de decisiones basada en la intuición emocional, sin la ayuda de la razón para mantenerla a raya, casi siempre apesta. ¿Sabes quién basa toda su vida en sus emociones? Niños de tres años. Y perros. ¿Sabes qué más hacen los perros y los niños de tres años? Mierda en la alfombra».
Un poco exagerado, lo sé, pero no podemos negar que tenga algo de razón. Es cierto, las emociones son guías formidables, nos dicen mucho acerca de lo que está mal en nuestra vida y nos ayudan a lidiar y evitar situaciones potencialmente peligrosas. Pero muy a menudo, también nos hacen tener el tipo de comportamiento del que más tarde nos arrepentimos. Si has tenido una relación de largo plazo, seguro en más de una vez has dicho -o escuchado decir-, "lamento haber dicho eso, estaba molesto" o aun peor: que precisamente por emociones como el orgullo o la ira, seamos incapaces de pronunciar esas palabras.
A las emociones hay que escucharlas y de la misma manera, hay que aprender a ignorarlas, o mejor dicho, a dejarlas estar, a aceptar que se presentaron y permitir que surjan sin sobrereaccionar a ellas.
Marco Aurelio sintetiza esto de una bella manera en sus Meditaciones:
Se como las rocas, que las olas del mar no dejan de golpear y se mantienen firmes mientras a sus pies la espuma se agita y desaparece
La meditación, los ejercicios de Respiración Profunda, el Yoga y mantener una rutina estable, con horarios de sueño reparador, han demostrado ser de gran ayuda cuando se trata de tener emociones equilibradas.
También conviene poner atención a a las emociones que se nos presentan cada tanto, pero no están asociadas a hechos concretos específicos. ¿Sucede que a menudo y sin razón te sientes desanimado, ofuscado, insatisfecho, temeroso, sin saber exactamente por qué? Pon atención a eso. El poeta persa Rumi se refiere a esos estados como guías divinas (una manera de decir que son señales del subconsciente) que podrían indicarnos que hay algo que anda mal con nuestra situación actual (relaciones, trabajo, etc.) pero también podrían ser el resultado de un desequilibrio físico (por ejemplo, falta de sueño, descanso o alimentación) del que necesitamos ocuparnos.
¿A qué emociones conviene no reaccionar? A las emociones que hemos acumulado a lo largo de los años y a las que recurrimos sin cuestionar en una variedad de situaciones. Normalmente esas emociones son fuente de muchos problemas en nuestra vida. Y conviene indagar en ellas para ver que ocultamos detrás. Por ejemplo, a menudo la ira puede ser una manera de tapar un miedo o proteger una vulnerabilidad.
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3. La cultura condiciona las emociones que experimentamos
¿Qué me dirías si te digo que hubo un tiempo en el que los hombres lloraran no solo estaba permitido, sino que además, era una muestra de masculinidad? Difícil de creer. Y sin embargo es así: en un ensayo muy interesante, Sandra Newman, expone como durante una buena parte de nuestra historia civilizada, era bien visto que los hombres lloraran, se esperaba que lo hiciera, y por supuesto, los hombres, lo hacían.
¿Cuándo se comenzó a reprender a los hombres por llorar? Sandra Newman explica:
"Desde el siglo XVIII hasta el siglo XX, la población se urbanizó cada vez más; pronto, la gente vivía en medio de miles de extraños. Además, los cambios en la economía requirieron que los hombres trabajaran juntos en fábricas y oficinas donde la expresión emocional e incluso la conversación privada se desalentaba como una pérdida de tiempo. Como escribe Tom Lutz en Llorar: La Historia Natural y Cultural de las Lágrimas", los gerentes de fábrica entrenaron deliberadamente a sus trabajadores para reprimir las emociones con el objetivo de aumentar la productividad: "No quieres que las emociones interfieran con el buen funcionamiento de las cosas".
¿Sorprendente, no es así? En otras palabras, de 1800 hacia atrás, la cultura nos dijo: está bien llorar, y lo hicimos, y en los últimos 200 años, nos cambió el discurso: "espera, después de todo, es mejor que no llores" y dejamos de hacerlo. Las cosas son un poco más complejas, por supuesto, pero el punto parece bastante claro.
Este fenómeno no es exclusivo del llanto, por ejemplo: hoy en día la depresión, la tristeza y la melancolía, son tratadas como problemas que deben corregirse, mientras que, hasta hace poco, eran atributos bien vistos, e incluso deseados, pues se asociaban con el genio creativo y con el arte. Van Gogh, Hermann Hesse y Dostoyevsky son solo ejemplos de la imagen clásica del artista talentoso, pero atormentado.
4. La felicidad está en tu estómago
¿Habías escuchado hablar de la Serotonina? Pues bien, los científicos creen que se trata de una de las hormonas que más influyen en el estado de ánimo. En ocasiones incluso la llaman el químico feliz, porque está relacionada con los buenos índices de bienestar y felicidad. Otros estudios la han correlacionado con el comportamiento social, el sueño, el deseo, la función sexual y la depresión.
Por mucho tiempo la ciencia ha asociado los niveles bajos de serotonina, con los estados de ánimo decaídos, la falta de sueño, la mala memoria, la ansiedad y la agresión, en parte porque las personas con estas tendencias, tienden a producir poca serotonina. Sin embargo, hay que decirlo, hoy los científicos ya no siguen estando tan convencidos de que una serotonina baja sea la causa de estos estados de ánimo y desórdenes.
Pero antes de continuar, ¿sabes en dónde se produce la serotonina? ¿en el cerebro? bueno, es lo que la comunidad científica y por supuesto yo, creímos durante largo tiempo, pero resulta que aproximadamente el 90% de la serotonina se produce y almacena en el estómago.
De modo que, si la serotonina está realmente relacionada con los desórdenes en el estado de ánimo, los psicólogos, psiquiatras y neurólogos deberían comenzar a prestarle más atención a los intestinos que al cerebro.
5. Las emociones tienen todo que ver con el estado de tu cuerpo
Fue el filósofo Nietzsche quien dijo:
"Cuando estamos cansados, somos atacados por ideas [y problemas] que conquistamos hace mucho".
Y así es, nos sucede a todos. Cuando estamos agotados, estresados, hambrientos o cuando no hemos dormido apropiadamente, incluso los problemas y pensamientos más insignificantes parecen cobrar unas dimensiones extraordinarias.
El eminente Psicólogo canadiense Jordan Peterson, explica que cuando uno de sus paciente afirma tener problemas de ansiedad o depresión, los primeros temas en los que se interesa son su rutina de sueño y su alimentación, en especial el desayuno. ¿Duermen todos los días a la misma hora y lo suficiente? ¿Desayunan regularmente, en especial un desayuno cargado de proteínas y grasas sanas?
Jordan explica que él no puede comprometerse con un cliente cuya rutina de descanso y alimentación, no está bien definida. Simplemente están haciendo que su cuerpo les juegue en contra.
La experta en la ciencia de las emociones, Lisa Feldman nos explica:
Los libros de autoayuda típicos se enfocan en tu mente. Si piensas diferente, dicen, te sentirás diferente. Puedes regular tus emociones si te esfuerzas lo suficiente. Estos libros, sin embargo, no dan mucha consideración a tu cuerpo [...]. Lo más básico que puedes hacer para dominar tus emociones, de hecho, es mantener tu presupuesto corporal en buena forma. [Y] el camino comienza comiendo sanamente, haciendo ejercicio y durmiendo lo suficiente. La ciencia es clara en comer saludable, ejercitarse regularmente y dormir bien, como prerrequisitos para un presupuesto corporal balanceado y una vida emocional saludable."

6. Las emociones negativas acortan la vida
¿Te imaginas un mundo en el que las personas fueran enviadas a prisión por lastimar tus emociones? Suena descabellado, lo se, pero que pasaría si te digo que la ciencia ha comprobado que el daño emocional acorta tu vida. Entonces quizá ya no suena tan mal la idea de que la ley proteja no solo tu cuerpo, sino también tus emociones, ¿verdad?
La ciencia, sin embargo, ha encontrado que hay algunos factores que pueden aumentar la velocidad con la que nuestros telómeros se consumen, y una de esas variables es el estrés.
El estrés de corto plazo es positivo para nuestra salud, pero el estrés crónico (el que has acumulado a lo largo de los meses y años) es tierra fértil para las emociones negativas, como la ira, el miedo y la ansiedad, y para desordenes más complejos como la depresión. Pero también contribuye a desencadenar todo tipo de enfermedades, incluyendo la diabetes, la obesidad, enfermedades del corazón, el insomnio, y algunos padecimientos relacionados con el envejecimiento prematuro y la demencia.
7. Las emociones alteran lo que ves y como lo ves
El filósofo Epicteto alguna vez dijo:
“No son los hechos los que nos perturban, sino la interpretación que hacemos de ellos”
En términos prácticos, esto quiere decir que, a menudo nuestra naturaleza subjetiva nos juega malas pasadas y vemos intenciones secretas en donde no las hay. ¿Alguien te habló con brusquedad? Muy bien, pero quizá la persona no trae algo contra ti, solo no durmió bien. ¿O tal vez un conductor te cerró el paso para adelantarse? Ok, pero, no te quería agredir, tal vez va a perder el trabajo si esta vez no llega a tiempo. El problema, dice la sabiduría popular, no es lo que te sucede, sino como interpretas tus experiencias y como reaccionas a ellas.
Pero no siempre es así. A veces, simplemente ocurre que no percibimos los hechos tal como son, pues el estado interno de nuestro cuerpo y mente nos llevan, literalmente, a ver algo distinto de lo que está sucediendo. A esto se le llama realismo afectivo.
En el 2007, un soldado estadounidense abordo de un helicóptero asesinó por error a un grupo de civiles en el que habían varios fotógrafos de Reuters. El soldado, en un estado de alarma, creyó ver armas en donde solo habían cámaras. No podemos decir con absoluta certeza que este incidente fuera causado por el realismo afectivo, pero tampoco podemos negar el hecho, de que llenos de adrenalina, es posible ver cosas donde no las hay:
Imagínate caminando, bien entrada la noche, por un callejón oscuro y solitario en un barrio peligroso. Imagina que alguien se acerca del otro lado, avanzando de una forma que consideras sospechosa. Con el miedo invadiendo tu cuerpo y mente, es probable que interpretes cualquier movimiento del desconocido como una amenaza: ¿se llevó las manos a los bolsillos para tomar un arma? ¿empezó a caminar más rápido para alcanzarme? Y quizá no, quizá se trata de un peatón como tú, que también está nervioso y quiere llegar a casa.
8. Sentirse triste está bien
En su libro "No Mud, No Lotus" el monje budista Thich Nhat Hanh escribió:
“Cuando era un joven monje, creía que el Buda dejó de sufrir una vez que se había iluminado. Ingenuamente me pregunté: "¿De qué sirve convertirse en un Buda si sigues sufriendo?" El Buda sufrió, porque tenía un cuerpo, sentimientos y percepciones, como todos nosotros. A veces probablemente le dolía la cabeza. A veces sufría de reumatismo. Si comía algo que no estaba bien cocido, entonces tenía problemas intestinales. Así que sufrió físicamente y también sufrió emocionalmente. El Buda no era una piedra. Él era un ser humano."
Y si incluso Buda sufría, entonces es natural sufrir.
Uno de los progresos más grandes que he hecho en mi vida emocional es dejar de creer que sentirse bien es lo normal, lo correcto, y que tener el ánimo decaído, está mal, y aun más, que cuando experimento estas aflicciones tengo que hacer algo para transformar ese estado de ánimo en uno "positivo".
En lugar de invertir mi energía en intentar mantenerme en un estado de ánimo determinado, procuro invertirla en aprender a convivir con cualquier emoción que surja en mi: ira, tristeza, melancolía, irritabilidad, incertidumbre o miedo. En mi opinión, es de mucho más valor aprender a procesar y aceptar esas emociones sin juzgarlas (y juzgarnos por experimentarlas), en lugar de actuar como niños, intentando ser felices cada minuto de nuestros días y frustrándonos cuando no lo conseguimos.
Y dado que no podemos escapar al sufrimiento, como tampoco podemos huir de la alegría, entonces es mejor aprender a convivir con cada emoción que se presente, con ecuanimidad, sin revelarnos contra ellas, sin caer en artificios (y adicciones) para intentar cambiarlas o retenerlas, porque, para bien y para mal, cualquier emoción que surja, en algún momento se habrá de evaporar.
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9. Saber que te causó un trauma no te va a curar
Los seres humanos tenemos actuamos así: cuando tenemos un problema intentamos encontrar su origen, en parte porque creemos que al encontrar las causas del mismo seremos capaces de solucionarlo, y en parte porque detestamos la incertidumbre. El problema es que este mismo mecanismo de rastrear el origen, lo llevamos al plano de nuestros traumas y emociones. Y entonces nos obsesionamos: ¿Por qué diablos soy como soy? ¿Qué lo causó?
Cuando sentimos que hay un comportamiento, emoción o hábito del que no nos podemos desprender, y que nos causa sufrimiento, nuestra primer reacción es avocarnos a establecer sus causas: ¿Mamá o papá me causaron esto? ¿Habrá sido en mi infancia? Repasamos nuestros recuerdos, intentando encontrar el momento justo de la tragedia, con la vana esperanza de que encontrar el origen de nuestro dolor, nos liberará al acto de sus hechizos.
Pero los seres humanos somos seres complejos. Entender que nos causó un trauma no nos libera de sus efectos. Durante mucho tiempo me sucedió lo mismo. Me planté como un detective escarbando en mis recuerdos, en mis interacciones con otros, especialmente mis padres y hermano, para entender porque mi carácter era así (iracundo y hasta mi adolescencia, agresivo), albergaba la terrible ilusión de que al hacerlo, sería capaz de superar algunos de mis nocivos hábitos emocionales. Y gracias a eso, comprendí mucho acerca de mi y mi historia, pero la realidad es esta: entender y cambiar, no van de la mano. Entender, por ejemplo, que mis arranques de ira tenían que ver con algunas palizas en mi infancia no ayudaban en lo absoluto, a que yo fuera más paciente.
Comprender nuestro pasado, hacer las pases con nuestra historia, con sus héroes y villanos es de gran valor. Entre otras cosas, nos ayuda a entender que nuestros patrones de comportamiento no son parte inherente de nuestra personalidad, sino que son reacciones a lo que nos sucedió y gracias a eso podemos tratar con más compasión las partes de nuestra personalidad que más nos aterrorizan. Pero comprender algo no equivale a sanarlo.
Una de las razones de que esto sea así es que las zonas del cerebro relacionadas con el procesamiento cognitivo (ej. córtex prefrontal) y las involucradas en las emociones (ej. la amígdala o el hipotálamo), no son las mismas, en términos prácticos, esto quiere decir que si, por ejemplo, sufres de ataques de pánico, podrías comprender cabalmente que el miedo que experimentas a algo es irracional, y aun así, continuar entrando en pánico cada que ese algo se presenta en tu vida.
Las emociones más densas que provienen de episodios traumáticos (o de hábitos emocionales que hemos reforzado a lo largo de los años) viven en nuestro cuerpo, están profundamente instaladas en nuestro sistema nervioso y un ejercicio de comprensión racional (aun si es complejo y nos lleva mucho tiempo) no va a cambiar la forma en la que está configurado nuestro organismo. Para expresarme con más claridad: leer toneladas de libros de superación o saber en que nivel exacto tu papá o mamá te dañaron, no cambia las zonas más activas en tu cerebro, ni corrigen el desbalance fundamental que existe entre tu sistema nervioso simpático (encargado del estrés) y tu sistema nervioso parasimpático (a cargo de la relajación y el descanso).
10. Cuando te enfureces no te vuelves mas emocional, te vuelvas más lógico
Séneca, el filósofo estoico señaló:
“Algunos de los hombres más sabios han llamado a la ira breve locura: porque así como hay síntomas que caracterizan a los locos, como un aire amenazante, una frente sombría, un rostro severo, [...] una respiración rápida y con fuerza, estos mismos síntomas exhiben los hombres dominados por la ira.”
Esto resume muy bien la postura que aun hoy tenemos de la ira: que nos vuelve tontos, irracionales o locos, en otras palabras, que disminuye nuestra capacidad para pensar.
El problema es que, cualquiera que se haya enfurecido se habrá dado cuenta de algo: jamás dejamos de pensar. De hecho, mi experiencia personal va justo en el lado opuesto: lejos de perder mi capacidad de razonar, siento que se agudiza: me siento más rápido, enfocado y "sagaz". Los argumentos fluyen con más rapidez y soltura, de hecho, surgen sin filtros, y ese, me parece, es el verdadero problema: que soltamos las palabras tapujos. Como estamos en modo de defensa o ataque (no físico, eso es agresión y no es lo mismo que la ira) no consideramos si nuestras palabras, hieren o incluso destruyen al otro, solo las soltamos.
El problema de la ira, entonces, no es que nos haga menos analíticos, sino que nos vuelve menos empáticos. Y a medida que la rabia aumenta, disminuye nuestra empatía, ya no vemos en nuestro "oponente" a un ser humano, sino a un objetivo sobre el que nos debemos imponer, a toda costa y con cualquier argumento.
El Psicólogo Daniel Goleman lo explica así:
"Cuando realmente [nos] enojamos, nos volvemos sumamente analíticos. Perdemos la habilidad de considerar los puntos de vista de otras personas o el contexto más amplio de una situación. Nos enfocamos en las amenazas."
De acuerdo a la ciencia lo que realmente nos sucede al enfurecernos, es que activamos un modo distinto de razonamiento. En palabras simples, es como si tuviéramos dos tipos distintos para razonar, el primero es uno que involucra a la empatía y el segundo es la razón analítica, la de los números y datos.
Cuando estamos en un estado de ánimo "normal" (sin enojo), hacemos uso de nuestra razón "empática": por naturaleza, somos capaces de considerar a las otras personas, sus sensibilidades y necesidades, pero cuando comenzamos a movernos progresivamente de la tranquilidad, hacia la irritación, el enojo y la furia, empezamos a usar el tipo de razonamiento analítico, es decir, dejamos de percibir a la persona y nos enfocamos en los hechos y las amenazas.

11. Emociones Negativas y Genética
Cuando mi esposa estaba embarazada de nuestra hija, comenzamos a preocuparnos un poco. El primer trimestre de embarazo fue alegre y positivo, pero cerca de los últimos meses, varias situaciones familiares y profesionales, la pusieron en una especie de jacque emocional. Fueron semanas de dolor, enojo e impotencia. Y temíamos que todo ese estrés hiciera mella en el desarrollo del bebé.
La ciencia es muy clara respecto a esto, el estado emocional de la madre influye en el desarrollo del bebé, en su personalidad y carácter, además puede influir en el padecimiento futuro de algunas enfermedades. A este fenómeno se le llama epigenética. Cada ser humano viene con una carga genética determinada que resulta de las interacciones de los genes de los padres, pero esa carga no es inmutable, el ambiente puede apagar o encender algunos de esos genes y eso no sucede hasta que el bebé ha nacido, ocurre en el útero mismo.
Así que ahí estaba, un miedo a una amenaza muy real aunque intangible. Sabíamos que era posible que nuestra pequeña tuviera un temperamento fuerte (un rasgo de la personalidad de ambos), pero temíamos que tuviera un carácter huraño y quizá temeroso a causa del estrés. Y así, con esa incertidumbre nació Leonora. Y en efecto, tiene un gran temperamento, vaya que se sabe hacer notar cuando necesita algo. Pero está llena de energía, y lo mejor es que es muy risueña, vivaracha y alegre.
Así que, ¿qué sucedió? ¿no la afecto el estrés emocional que atravesó mi esposa? Sin un estudio apropiado, desde luego, es difícil hablar con certeza. Pero en mi opinión, la epigenética ha continuado operando: si al nacer, la hubiéramos recibido en un ambiente de estrés, es posible que los cambios en su expresión genética se hubieran reafirmado, en cambio, el ambiente en el que ha crecido ha sido muy positivo para ella. Somos muy atentos con sus necesidades, le proporcionamos seguridad, cuidado y tanto amor como podemos. Entonces es natural suponer que el proceso epigenético de apagado y encendido de genes continúe. Es decir que algunos de los cambios a causa del estrés se hayan neutralizado. Aunque, es justo decirlo, tal vez es muy pronto para sacar conclusiones.
¿Como ocurre este proceso de cambios epigenéticos? Un estudio de la Universidad de Zurich señala que si la madre se encuentra bajo estrés durante un periodo de tiempo prolongado durante el embarazo, la concentración de las hormonas del estrés aumenta en el líquido amniótico (el líquido en el que el bebé flota mientras está en el útero) y esto ocasiona diversos cambios en la expresión genética del bebé.
Esto no quiere decir que la epigenética altere la secuencia genética original de ADN, sino que, de manera general, afecta como se expresan o funcionan los genes. ¿Y de que manera afectan los cambios epigenéticos? Casi en cualquier plano que puedas imaginar, afecta en términos emocionales, psicológicos, salud, inteligencia, memoria, predisposición a enfermedades, etc.
Un artículo de la Child Encyclopedia señala:
"Muchos estudios prospectivos independientes han demostrado que si una madre está estresada, ansiosa o deprimida durante el embarazo, su hijo corre un mayor riesgo de tener una variedad de problemas, incluidos problemas emocionales, Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad, trastornos de conducta y deterioro del desarrollo cognitivo."
La buena noticia, sin embargo, es que los cambios son reversibles, unos padres que por alguna razón atravesaron episodios prolongados de estrés emocional, pueden esmerarse en los cuidados postnatales como una posible manera de neutralizar el estrés del embarazo. Y, por supuesto, prolongar este cuidado a lo largo de los años, especialmente en la infancia, etapa en la que el organismo se adapta con gran facilidad al ambiente en el que se encuentra. El "ambiente", aunque es un término difuso, se refiere a cualquier punto de interacción que el organismo tiene con el exterior: alimentación, trato de los padres y otras personas, clima, higiene, etc.
CONCLUSIÓN
El filósofo estoico Epicteto, decía:
La tarea principal en la vida es simplemente esta: identificar y separar asuntos para identificar claramente cuáles son externos y no están bajo mi control, y cuáles tienen que ver con las elecciones que realmente controlo.
Por desgracia, las emociones pertenecen al ámbito de aquello que escapa de nuestro control. No podemos, voluntariamente, decir: me gustaría estar feliz durante la siguiente hora o, deseo que esta ansiedad desaparezca justo en este momento. Las emociones pertenecen al reino del subconsciente. Son, como dice el Poeta Rumí, "visitantes temporales", pero cuándo nos visitan y con que intensidad se presentan, no figuran entre aquello que controlamos.
¿Entonces, qué si controlamos? Bueno, bastante, por suerte. Es cierto que las emociones no son parte de aquello que "decidimos" conscientemente. Es cierto, también, que no controlamos los eventos externos que nos van a llevar a experimentar determinados estados de ánimo. Pero aunque ninguna de estas cosas esté bajo nuestro control, si hay algo que podemos hacer: influenciarlas. No podemos decidir como nos sentiremos a cada momento, pero si podemos ejercer cierto influjo sobre las emociones que mi mente y cuerpo están más predispuestos a evocar.
Y aquí, los básicos son importantes. Antes de recurrir a actividades y rituales rebuscados (o incluso a sustancias), para promover emociones agradables, comienza por cuidar de tu cuerpo. Así de sencillo: duerme bien, aliméntate bien, mantente activo en la medida de lo posible. Un cuerpo en un estado energético óptimo, te ayudará a enfrentar con más estabilidad emocional los desafíos y calamidades de la vida. Y lo opuesto también es cierto: un cuerpo, maltratado, sin descanso y tenso, es propenso a experimentar emociones desagradables con más frecuencia.
Y luego está el estrés. Experimentar estrés temporal está bien, nos mantiene alerta y saludables, pero si nos confiamos, y permitimos que esta tensión se acumule, a lo largo de los meses o incluso años, le estamos abriendo las puertas a múltiples enfermedades físicas, psicológicas y emocionales. De modo que si vives en un entorno particularmente estresante, revisa que aspectos de ese ambiente puedes cambiar, elige actividades que te ayuden a disolver el estrés y practícalas de manera frecuente.
Y finalmente, una vez que tengas los básicos cubiertos, puedes adoptar hábitos y prácticas que fortalezcan aun más tu resiliencia emocional, actividades que tengan un impacto directo sobre tus sistema nervioso autónomo (el que regula tus respuestas de estrés y relajamiento), prácticas como la meditación, el yoga, la respiración profunda y el ejercicio tradicional.