¿Por qué Dedicamos tanto Tiempo a nuestro Trabajo y tan Poco a Nuestro Crecimiento Personal?

¿Por qué Dedicamos tanto Tiempo a nuestro Trabajo y tan Poco a Nuestro Crecimiento Personal?
Photo by Žygimantas Dukauskas / Unsplash

Hay una idea que ha gravitado en mi cabeza últimamente. Esta idea de que las personas nos tomamos con demasiada seriedad la vida profesional, pero en cambio, nos relajamos con facilidad cuando se trata de trabajar en nuestro bienestar y crecimiento.

¿Te imaginas cuan diferente sería el mundo si la gente destinara a su desarrollo personal la mitad del esfuerzo y energía que emplea en sus trabajos?

¿Te imaginas cuan diferente sería tu vida?

Hace poco, en un artículo que leí, el autor Mark Manson citaba lo siguiente:

"No es ningún secreto que hay una creciente crisis de "salud mental" en este momento. Las tasas de ansiedad y depresión están en su punto más alto. Los niveles de estrés están por las nubes. Las tasas de suicidio han aumentado en la mayoría de los países en las últimas décadas. Y lo que es peor, las personas comienzan a experimentar trastornos de ansiedad y depresión a edades cada vez más tempranas. Dicho de otra manera, nos estamos volviendo menos resilientes psicológicamente como cultura."

Mark es un autor muy incisivo y suele tener puntos de vista interesantes, pero me parece que aquí no dio en el clavo. Déjame explicarte. El problema no es que seamos menos resilientes que antes, el problema es que vivimos en una sociedad que no está diseñada para los seres humanos.

Por cientos de miles de años vivimos como nómadas, en grupos pequeños y al aire libre. Estamos acostumbrados a cosas distintas. Los humanos necesitamos movimiento; necesitamos tener contacto con la naturaleza; necesitamos descansar; necesitamos hacer actividades sin perseguir un objetivo, solo por el placer de hacerlas; necesitamos atender nuestras necesidades espirituales... Y si no tenemos nada de eso, ¿se nos puede culpar por colapsar de vez en cuando? ¿se nos puede llamar débiles y poco resilientes?

Los seres humanos tenemos cualidades maravillosas que han quedado disminuidas por las exigencias de la vida moderna: hay en nosotros una fortaleza interior impresionante, somos realmente capaces de superar las situaciones más difíciles que la vida nos ponga enfrente; podemos quebrarnos y recoger los pedazos para seguir andando con dignidad; podemos recibir un golpe detrás de otro y después de un tiempo obtener algo valioso de esas experiencias, aun si es sólo el descubrimiento de que somos más poderosos de lo que podemos imaginar.

No somos más débiles que ninguna generación anterior, sólo vivimos en una sociedad que sistemáticamente niega nuestras necesidades y naturaleza; una sociedad cuya inercia ha sepultado algunos de nuestros mejores atributos debajo de preocupaciones superficiales e irrelevantes: que auto compro, que marca de ropa representa mejor mi identidad única, cuantas pulgadas tiene la pantalla de mi teléfono, y más.

La buena noticia es que (me parece que de eso ya nos dimos cuenta todos), estamos viviendo un punto de inflexión en nuestra historia, no una simple sacudida en nuestra vida privada o el de nuestras comunidades locales, sino un punto de inflexión global. Estamos experimentando una coyuntura que entreabrió una puerta que depende de nosotros cruzar.

¿Y cómo nos animamos a atravesarla? en mi opinión, hay dos preguntas que si nos planteamos con honestidad, nos pueden ayudar a tomar una buena decisión. Dos preguntas que me he planteado en más de una ocasión.

La primera es: ¿estoy invirtiendo mi energía en actividades que me ayudan a crecer o a disminuirme? Cada día tenemos una cantidad limitada de energía, ¿la estoy gastado en actividades que me elevan o me hunden? Meditar, leer, escribir y regar el jardín son el resultado de plantearme esa pregunta.

La segunda y más apremiante de todas es: ¿Qué estado mental me gustaría tener el día en que abandone el mundo? ¿Me gustaría tener miedo, frustración y arrepentimiento porque no tuve la valentía de vivir mi vida según mis propios términos sino en los que me impuso la sociedad?

En los círculos Budistas se dice que el estado mental con el que uno abandona el mundo tiene una gran influencia en la siguiente vida. Quizá, consideran que el estado mental con el que uno enfrente la mayor de todas las incertidumbres, la muerte, sea un reflejo del tipo de vida que tuvimos. Así, es posible que una persona que condujo su vida con la mayor armonía que pudo, tenga una actitud más serena que alguien que no tuvo otra intención que satisfacer todos los caprichos del ego.

Yo no se si hay otras vidas, como nadie lo sabe, sólo se con certeza que tengo una oportunidad y es esta y no me gustaría llegar al final de mis días sabiendo que no la aproveche.

Epicteto, el filósofo griego en su manual de vida, dejó una reflexión que procuro tener muy presente y te la quiero compartir:

"Ya no eres un adolescente sino un adulto. Así que, si continúas siendo negligente y perezoso y aplazas las cosas añadiendo excusas a más excusas, posponiendo el día en que te dedicarás a ti mismo, se te pasará la vida sin darte cuenta y, sin haber progresado [...] y así continuarás, hasta el día de tu muerte."

¿Cuánto más estás dispuesto a esperar?