El filósofo Indio Krishnamurti alguna vez dijo:
«No es un indicio de salud estar bien adaptado a una sociedad profundamente enferma.»
Krishnamurti suele ser duro y directo con sus aseveraciones, pero para ser justos, a menudo da en el clavo.
Vivimos en un sociedad enferma, pero eso ya lo sabemos. He aquí una manera ligeramente diferente de abordar la situación:
La sociedad como un todo vive en el trauma, en gran medida, porque muchos de nosotros, individuos, venimos arrastrando el peso del trauma generacional. Y no hace falta teorizar mucho, no hace falta intelectualizar, sólo tenemos que voltear a ver nuestras historias familiares:
Mi abuelo materno es un ejemplo de inspiración en mi familia. En su jubilación de profesor, era la persona más preparada hasta ese momento, con el mejor ranking y los mejores títulos. Consiguió su título para ejercer de maestro tras mucho esfuerzo, estudiando los fines de semana, porque de lunes a viernes era obrero en una fábrica de hilo. A menudo se habla de eso, pero a duras penas se menciona que sus padres lo golpeaban cuando era niño, tanto que huyó de casa y se vio obligado a crecer por su cuenta.
Su esposa, mi abuela, tuvo una infancia similar, la golpearon y humillaron desde pequeña. Todos la vemos como una mujer fuerte, de carácter áspero y directo. Uno cuida muy bien lo que dice frente a ella, no vaya a ser que nos ganemos una reprimenda. Y pensamos que así es ella, que ese es su carácter. Nos cuesta ver el vínculo entre su rudeza y el abuso que padeció de niña.
Mi abuela paterna se casó a los 13 años. Pero aun más exacto sería decir que a esa edad se la robó un hombre varios años mayor que ella, abusó de ella en su noche de bodas, y durante su vida juntos la golpeo muchas veces cuando estaba alcoholizado. Este abuso se prolongó hasta que un día la dejó inconsciente en el suelo, bañada en sangre. Mi abuela sobrevivió y él desapareció. Así crecieron mi padre y sus 5 hermanos.

A mi, mi madre (madrastra) me golpeó también, con mucha saña y perseverancia. Me parece que las palizas comenzaron cuando tenía 3 o 4 años y se prolongaron hasta los 11 o 12 años. En una de esas ocasiones me abrió la cabeza y fui a dar al hospital.
A ella también la golpearon en casa. Supongo que fueron igual de violentos y abusivos como ella lo fue conmigo, por ejemplo, en algún momento escuché que su padre, un hombre de carácter amargado le enseñó algo de boxeo cuando era niña para que aprendiera a defenderse. Y como no, hace algunas décadas la violencia física estaba mucho más presente que hoy.
No condono el abuso que mi madre cometió, desde luego, pero es un hecho que vale la pena notar: ella también fue una niña violentada. Mi mamá falleció de cáncer hace unos años, y nunca pudimos hablar al respecto. Ninguno de los dos tuvo el valor de traer el tema a la mesa.
Y a pesar de que reconozco que mi infancia pudo ser mejor, tampoco me resulta difícil admitir que probablemente corrí con mejor suerte que mis abuelos, que mi padre (quien tuvo que enfrentarse a golpes con su padre), e incluso que mi madre.
Y ya no hablemos de lo que pasó antes, con mis bisabuelos e incluso antes que ellos. Dadas las condiciones de aquella época, en las que imperaban unos niveles bajísimos de educación, una nula comprensión de como el abuso afecta el desarrollo de los seres humano, y virtualmente cero presión social y política para respetar los derechos humanos (particularmente de los niños y de las mujeres) no es difícil reconocer la posibilidad de que las experiencias vitales que a ellos les tocó vivir, hayan sido más crudas que las que yo enfrenté.
Yo tuve diferentes carencias en mi infancia, sobre todo afectivas y también algunas materiales, pero que recuerde, todos los días tuve algo que comer, tuve techo, tuve algunas figuras de autoridad que resultaron provechosas para mi formación, y quizá más importante, tuve educación.
Lo que quiero decir es que yo tuve un abanico de opciones más amplio que el de mis padres, y sin duda mucho más vasto que el de mis abuelos, ¿y qué decir de los que los anteceden? supongo que la mayoría de mis ancestros, ni siquiera aprendieron a leer y escribir. Que yo sepa, mi padre y sus hermanos fueron los primeros en tener grados universitarios, e incluso algún Doctorado. Los primeros de una familia que, sin duda, tiene varias generaciones.

Y aun más, yo hoy, como muchos otros millones de seres humanos, puedo decir con plena certeza: soy una persona que padeció de estrés postraumático; soy una persona en recuperación, en proceso de sanación… pero ¡hey!, yo lo puedo decir y entender ahora, gracias a toda la información disponible, pero estoy dispuesto a apostar que mi madre y mis abuelos, jamás consideraron la posibilidad de que padecieran trauma o depresión. Ellos vivieron en un mundo, donde padecer enfermedades mentales equivalía a debilidad y vergüenza. Y por lo tanto, cualquier síntoma se adormecía con alcohol, parrandas, o lidiando con ellas a pura fuerza de voluntad.
Y todas esas cosas se deben tomar en cuenta, es necesario considerarlas, aunque solo sea para ser un poco más agradecidos: las cosas están mejor hoy, no porque nuestra generación sea inherentemente mejor o más inteligente que las anteriores. El reconocimiento de los derechos humanos, el ascenso del feminismo, el tambaleo del patriarcado, todo eso está manifestándose hoy, porque la sociedad ha seguido una linea ascendente de progreso desde generaciones atrás, y nosotros estamos, en cierta forma, disfrutando de ese “progreso” lentamente acumulado
Pero regresando al punto: Cuando tu linaje familiar está plagado de violencia y abuso es necesario cierto grado de objetividad para advertir que las cosas han ido mejorando, aunque sea un poco. Quizá para hacerlo, tenemos que salir momentáneamente de nuestras historias personales, de nuestros dramas vitales y observar la situación de nuestra familia algunas generaciones atrás. Si hacemos ese ejercicio, aunque sea brevemente, es probable que notemos algunos signos de mejora. En mi caso, aun con muchos de los recuerdos que conservo de mi infancia, puedo afirmar que así es:
Hacer este ejercicio podría ayudarnos a entender de dónde venimos y por qué somos así (que alguien más se sorprenda de la cultura machista de nuestro país y su fascinación con la muerte). También podría ayudarnos en el proceso de hacer las pases con nuestra historia y sus “verdugos”, y quizá, de paso, descubramos que ellos también tuvieron sus propios verdugos.
Y aun más, al hacer este ejercicio podríamos descubrir que tenemos una responsabilidad inherente con el progreso de nuestra familia, y que en la misma forma en la que podemos sumar al crecimiento, en esa misma medida podemos entorpecerlo.
Así que, quizá, la pregunta que nos corresponde plantearnos es: ¿quiero sumar o restar?
Si elegimos restar, solo conviene tener presente que nuestras acciones no están aisladas, no están congeladas en el tiempo y espacio; lo que hagamos hoy, tiene un impacto generacional: tus nietos y quizá más allá, recolectarán los frutos de las semillas que hoy decidas sembrar. Es un poco como el general Máximo señala a sus tropas en una de las escenas iniciales del film “Gladiador”: “lo que hacen en vida, resuena en la eternidad”. Y no se trata del “karma”, sino de una influencia muy concreta que tenemos en las generaciones posteriores.
Si por otro lado, decidimos posicionarnos en la linea del progreso familiar, me parece que una de las cuestiones fundamentales a comprender (o mejor dicho, a internalizar) es que, quizá el consejo más manoseado para el desarrollo humano, es también el más cierto: tú eres la primer persona con la que tienes una responsabilidad, tú eres el primero de quien te debes hacer cargo, lo que en términos prácticos quiere decir: serás una influencia positiva para los demás (pareja, familia, sociedad), en la medida en la que te mejores a ti mismo.
¿Y cómo te mejoras a ti mismo? Bueno, podrías comenzar aceptando que tienes asuntos pendientes contigo mismo: que tienes cosas que perdonarte, sanar y mejorar, y luego trabajar en ello (por tu cuenta o en terapia), con tanto empeño y perseverancia como te sea posible.
Y es cierto, es posible que las futuras generaciones ni siquiera recuerden tu nombre, pero por otro lado, tu podrás vivir más tranquilo porque estarás cumpliendo con la parte que te toca en esta titánica empresa de mejorarnos a nosotros mismos y a la sociedad.